sábado, 2 de octubre de 2010

El mundo, como yo lo veo

La cosa mas difícil es saber lo que sabemos y lo que no sabemos. Por tanto, si deseamos saber algo, debemos primero de todo establecer que aceptamos como datos, y que consideramos que exige definición y prueba, o sea, debemos determinar que sabemos ya, y que deseamos saber.
En relación con nuestra cognición del mundo y de nosotros mismos, las condiciones serian ideales si fuera posible no aceptar nada como datos y considerar que todo exige definición y prueba.
En otras palabras, seria mejor suponer que no sabemos nada, y tomar esto como nuestro punto de partida. Por desgracia, sin embargo, es imposible crear tales condiciones. Algo ha de tenerse como base, algo debe aceptarse como conocido; de lo contrario, estaremos constantemente obligados a definir una incógnita por medio de otra. Por otro lado, debemos cuidamos de aceptar como conocidas — como datos— cosas que en realidad, son completamente desconocidas y meramente presupuestas: los que se buscan.
Hemos de cuidarnos de no hallarnos en la posición ocupada por la filosofía positivista en el siglo XIX. Durante largo tiempo, la base de esta filosofía fue el reconocimiento de la existencia de la materia (materialismo); y mas tarde, de la energía, o sea, la fuerza o el movimiento (energética, aunque en el hecho concreto la materia y el movimiento siguieron siendo siempre las cantidades desconocidas, x e y, y se definieron siempre una por medio de la otra).
Esta perfectamente claro que es imposible aceptar la cosa buscada como la cosa conocida; y que no podemos definir una incógnita por medio de otra incógnita. El resultado no es sino la identidad de dos incógnitas: x = y, y = x. Es precisamente esta identidad de cantidades desconocidas la que representa la conclusión última a la que arriba la filosofía positivista.
La materia es aquello en lo que tienen lugar los cambios llamados movimiento: y el movimiento son aquellos cambios que tienen lugar en la materia.

¿Que sabemos entonces?
Sabemos que, desde el primer paso mismo hacia la cognición, un hombre es sorprendido por dos hechos evidentes: La existencia del mundo en que vive; y la existencia de la consciencia en él mismo.
No podrá probar ni refutar una ni otra, pero ambas son hechas para el, son realidad. Uno puede especular acerca de la relación mutua de estos dos hechos. Uno puede Intentar reducirlos a uno solo, o sea, a considerar al mundo psicológico o interior como una parte, o una función, o un reflejo del mundo externo, o contemplar al mundo externo como una parte, o una función, o un reflejo del mundo Interno. Pero esto significaría una digresión de los hechos, y todos esos conceptos no serian evidentes para una visión corriente, no especulativa, del mundo y de uno mismo. Por el contrario, el único hecho que sigue siendo evidente de por sí es la antitesis de nuestra vida interior y del mundo externo.
Volveremos mas tarde a esta proposición fundamental. Pero entretanto, no tenemos motivos para argumentar contra el hecho evidente de nuestra propia existencia — o sea, la existencia de nuestra vida Interior— y la existencia del mundo externo en que vivimos. En consecuencia, esto debemos aceptarlo como datos. Pero esto es todo lo que tenemos derecho a aceptar como datos. Todo el resto exige prueba de su existencia y definición sobre la base de estos dos datos que ya poseemos. Espacio con su extensión; tiempo, con la idea de antes, ahora y después; cantidad, masa, materialidad; numero. Igualdad, desigualdad; identidad y diferencia; causa y efecto; éter, átomos, electrones, energía, vida, muerte — todo lo que se establece como la base de nuestro conocimiento usual, todos estos, son cantidades desconocidas.
El resultado directo de estos dos datos fundamentales — la existencia en nosotros de una vida psicológica, o sea, sensaciones, representaciones, conceptos, pensamientos, sentimientos, deseos, etc. y la existencia del mundo fuera de nosotros— es una división de todo lo que conocemos en subjetivo y objetivo, una división perfectamente clara para nuestra percepción ordinaria.
A todo lo que consideramos propiedades del mundo lo llamamos objetivo, y a todo lo que consideramos propiedades de nuestra vida interior, lo llamamos subjetivo.
Al "mundo subjetivo" lo percibimos directamente: esta en nosotros; somos uno solo con el.
Al "mundo objetivo" nos lo representamos como existiendo fuera de nosotros, por así decirlo aparte de nosotros, y lo consideramos exacta o aproximadamente tal como lo vemos. Nosotros y el somos cosas diferentes. Nos parece que si cerramos los ojos, el mundo objetivo continuara existiendo, tal como lo vemos, y que, si fuera a desaparecer nuestra vida interior, nuestro mundo subjetivo, el mundo objetivo seguiría existiendo como existía cuando nosotros, con nuestro mundo subjetivo, no estábamos allí.
Nuestra relación con el mundo objetivo es definida muy claramente por el hecho de que lo percibimos como existiendo en el tiempo y en el espacio y no podemos percibirlo o representarnos lo aparte de estas condiciones. Habitualmente, decimos que el mundo objetivo consiste en cosas y fenómenos, o sea, en cosas y cambios en el estado de las cosas. Un fenómeno existe para nosotros en el tiempo, una cosa existe en el espacio.
Pero tal división del mundo en subjetivo y objetivo no nos satisface. Por medio del razonamiento podemos establecer que, en realidad solo conocemos nuestras sensaciones, representaciones y conceptos, y que percibimos el mundo objetivo proyectando fuera de nosotros las presumidas causas de nuestras sensaciones. Además, hallamos que nuestra cognición del mundo subjetivo y del objetivo puede ser verdadera o falsa, correcta o incorrecta. El criterio para determinar lo correcto o incorrecto de nuestra cognición del mundo subjetivo es la forma de la relación de una sensación con las otras, y la fuerza y el carácter de la sensación misma. En otras palabras, lo correcto de una sensación es verificada comparándola con otra de la que estamos más seguros, o mediante la intensidad y el gusto de una sensación dada.
El criterio para determinar lo correcto o incorrecto de nuestra cognición del mundo objetivo es exactamente el mismo. Nos parece que definimos las cosas y los fenómenos del mundo objetivo por medio de comparación de uno con otro; e imaginamos que descubrimos las leyes de su existencia aparte de nosotros y de nuestra cognición de ellas. Pero esto es una ilusión.
Nada sabemos de las cosas separadamente de nosotros; y no tenemos medios para verificar lo correcto o Incorrecto de nuestra cognición del mundo objetivo aparte de las sensaciones.

Del libro "Tertium Organun" de Pedro Ouspensky.